
Hacía ya días que no venía por El Mono Rojo.
Ya no estaba a gusto contemplando a la gente, o de que me contemplaran también ellos a mi. Preferí dejar pasar unos días, aprovechando la belleza de los tulipanes de la madrileña primavera que revisten la ciudad compitiendo con las petunias en los pocos parques en los que aun puedes tumbarte sin que "los giris" que por este tiempo campean por la ciudad curioseando todo y a todos, te tiren una fotografía que quizás luego comenten inventándose alguna historia para distracción de sus vecinos al término de sus vacaciones.Madrid cambia en primavera. Se diría que hasta las fachadas de los edificios se contagían de ese característico y alegre color que impregna la ciudad. Se podría afirmar que hasta huele bien, que el tufillo de los coches abandonó las calles presionado por el perfume de las flores que decoran cada rincón de este Madrid nuestro. Quizás no sea asi y la culpable de que el aire parezca más limpio sea la pertinaz lluvia que nos
visita cada año por San Isidro. Yo prefiero pensar que son las flores las que vencen a las máquinas y su rastro de veneno gaseoso, quizás porque asi tengo alguna escusa más para no entrar al Mono Rojo y continuar vagando por la ciudad aprovechando los pocos momentos agradables que a la vista nos ofrece entre tanto ruido y tanto coche.

Ahora ya estoy aquí y me alegro de ver otra vez al Cipri, que seguramente ni notó mi ausencia de estos días, o quizás si aunque no lo dirá nunca, por eso de la dureza y tal, escondiendo ese sentimentalismo del que se avergüenza. Al entrar un "hola, ya te la pongo" y acto seguido, enfrente mía espumea una fría jarra de cerveza a la que de un trago dejo ya en la mitad.

Ya contaré mañana como transcurrirá el día de mi regreso a la taberna. Mientras, que el Cipri me ponga otra que ésta ya está vacía.
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