
(Victor Hugo)

No llovía, pero el cielo se volvía oscuro por momentos, trayendo olores húmedos de tierra mojada mientras el aire golpeaba contra mi cuerpo, enfrentado a la tormenta dejando que el viento llevara tu nombre robándolo de mis gritos, en una dura batalla entre el silbido profundo y ronco del vendaval y la voz que oponía a su avance gritando, tu nombre.
Ni el frío beso del viento en la cara me hizo abandonar y retirarme. Disfrutaba, gozaba viendo como solo la fuerza de la tormenta se acercaba al torbellino interior que produce en mi tu recuerdo, y cuanto más gritaban las nubes arrastradas por esa corriente de poder que chocaba contra mi voluntad de contrarrestar al frío vendaval la pasion cálida de tu nombre en mis labios, más libre me sentía hacia tí.
Fuerza contra fuerza, interior contra exterior, el aire me traía olores húmedos, de tierras lejanas mojadas por la lluvia, y tu presencia se hizo latente entre la confusión y mezcla de olores, frío y ventoso gris que ya nos rodeaba porque de nuevo estabas conmigo fundidos en esa fuerza sobrenatural que azotaba las altas copas de los cipreses mientras el campo gemía acunado violentamente por la poderosa pasión desatada.
De nuevo tu, tu y la esperanza apasionada que me empuja hacia delante, a la vida, a sentirla, a sentirte en ella arrastrándome a lo alto, levantándome.
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