

No importa nunca lo que escriba en el cristal, ni nunca lo que realmente viva detrás de su fría superficie, siempre, siempre te encuentro. Marco tu nombre con los dedos y las gotas que bajan por el frío vidrio van conformando la figura de un corazón que encierra tu nombre junto al mío que no escribo pero que el vaho se empeña en unir al tuyo.
Me gusta, una vez tu nombre resaltando en la opaca mantilla que cubre el cristal, exhalar el aire de mis pulmones y ver como se une a las letras el caliente aire que mantuve en mi interior, para volver a pasar la yema del dedo, suavemente por encima de lo escrito. Quizás fuera habite el frío, pero en este momento, en la habitación estamos solos tu y yo, el vaho con tu nombre y mi dedo por encima, resbalando, marcando los números infinitos de una combinación de amantes para llamarte a mi lado.

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