
(Jose Maria Eguren)

No hay niebla posible que borre de mi recuerdo el andar que te encaminaba hacia mi, en el atardecer del día, allí donde la luz de la farola apenas llegaba a perfilar la silueta de nuestros cuerpos unidos en un tierno e inexperto abrazo apoyados en la valla de mis sueños.
No existe niebla capaz de borrar las lineas de la puerta al cerrarla tu, mientras desde lejos te veía entrar en la casa al mismo tiempo que un dedo desde los labios mandaba el último beso furtivo, temeroso de las miradas ocultas tras los visillos de grandes ventanales, al que yo esperaba como preciado tesoro enviado por tí.
Ni la niebla del tiempo oculta mis recuerdos, mientras la mirada risueña que me devuelve el cristal de la mesa afirma que la suerte es que la luz no se apague en mi cabeza, entre nieblas y oscuros presagios.
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