Vuela mi corazón
unido con los pájaros
y deja entre los árboles
un invisible rastro
de alegría y de sangre.
Las gotas de rocío
se helaron en las manos
abiertas y floridas
de los enamorados
perdidos en la brisa.
Vuela mi corazón,
mi corazón atado
con cadenas de estrellas
a la sombra de un árbol
atado con cadenas
y con cantos de pájaros.
(José María Hinojosa)

Cuando empeñamos el corazón con algún sentimiento desbordante, al intentar reprimir sus impulsos reteniéndolo en nuestras manos, sangra y sufre por no permanecer allí donde instintivamente encuentra el calor de años de comprensión y esperanza, de manera que sería imposible retenerlo por que moriría irrremediablemente como el jilguero o colorín preso entre los barrotes fríos de una jaula, por mucho que se le mime y cuide. El corazón necesita volar hacia sus querencias naturales, e impedírselo es algo contra natura que conlleva sufrimientos y represiones difíciles de soportar. Hay que dejarlo volar, aunque sea en sueños. Ya volverá de cuando en cuando a recordarnos que vivimos precisamente por ello.
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