
Pagué al Cipri y salí a la calle para apreciar el olor que solo la lluvia nos trae sumergiéndonos en sensaciones de recuerdos difuminados por el tiempo. El agua, recorriendo mi cara, resbalando por donde habitan los pocos supervivientes que quedan de una menela adolescente, añorada y ahora apreciada en su ausencia, me hace reir y sentirme feliz al observar como los grises van adueñándose del paisaje resaltando en su avance los rojos y verdes colores del geranio en su prisión de barro.

Ahora ya no llovía; ahora el cielo se une mediante catarata de agua a la tierra, anegando toda superficie y obligando a la gente a buscar refugio bajo balconadas chorreantes y soportales invadidos por enfadados andantes que seguro poco antes, en cualquier conversación de compromiso podrían haber dicho aquello que "como no llueva..."
La situación provocaba que no pudiera controlar la risa mientras el agua ya era una nueva capa sobre mi piel, aumentando la cara de enfado de quienes refugiados en las aceras contemplaban a este extraño loco en medio de la calle.

Hoy estoy me encuentro feliz, mojado, muy mojado pero feliz mientras Cipri me pasa una toalla al mismo tiempo que en una mano ya sujeta la jarra que dentro de poco llenará de cerveza para que, sentado en uno de los taburetes de madera, con una mano en su asa, me adentre entre nuevos pensamientos provocados por los asiduos parroquianos del Mono Rojo.
O quizás no, quizás sencillamente me tome la cerveza y salga , a disfrutar de nuevo el olor a tierra mojada pisando los charcos que los demás evitan.
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