
Ahora es la fecha en que los sentimientos más salvajemente alegres salen a relucir, y gracias a los cuales no me importaría tumbarme y rodar por ese campo florido, tintando mi ropa, mi cara, todo mi yo, con el polén prometedor de las bellas flores.
Que gozada contemplar tumbado boca arriba el cielo azul, radiante, liberado de la diadema de
nubes que enmarca en ocasiones la celeste inmensidad. El zumbido de las abejas e insectos, ansiosos del nectar pegajoso de los colorines que emborronan el campo en una explosión de poderío, de vida incontrolable por mucho que se empeñen en acotarla con el pretexto del desarrollo económico.

Los tordos, siempre los tordos, juguetones, saltarines y caraduras, picando, escarbando, jugando entre las plantas. Sinvergüenzas que me miran fijamente como desafiantes; aquí estoy en su territorio, parecen decirme, si estoy es porque me dejan disfrutar del momento primavera que aparece sin darnos la oportunidad de prepararnos. Como por sorpresa donde ayer había solo verde, bonitos y matizados tonos de verde, hoy los amarillos, lilas, rosas, morados, y mil colores más complementan la hierba que crece incansable por entre las piedras sueltas de siglos de arados.

Que pasada de función la que se asoma hoy a los ojos de los que buscan entre todas las obras de arte la mejor. Ayer hablábamos de la esencia, de lo importante. Hoy la esencia, lo importante se encuentra en la visión del campo floreciendo y generando vida, prometiendo vida.
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