ACERCATE Y SIENTATE UN RATO, ESTÁS EN LA TABERNA DEL MONO ROJO, AQUÍ TODA ILUSION ES POSIBLE.

ACERCATE Y SIENTATE UN RATO, ESTÁS EN LA TABERNA DEL MONO ROJO, AQUÍ TODA ILUSION ES POSIBLE.
Casi sin pensarlo nos fuimos sentando, uno tras otro, en torno a la chasca que encendió el Cipri, y asi pasamos la noche, escuchando las historias que alguien, no se quien, cualquiera que fuese, narraba despacito, creando un entorno de magia y misterio del que no queríamos salir.

QUE LA POESIA NOS SALVE DEL MUNDO

QUE LA POESIA NOS SALVE DEL MUNDO
LO IMPOSIBLE SOLO EXISTE EN TU VIDA

miércoles, 14 de mayo de 2008

Maldita memoria, querida memoria.

Dios, hoy en el Mono Rojo alguien ha dicho al Cipri que encendiera el televisor, y ya está, salió la maldita memoria al ruedo, arrasando todo presente.

El pelo volvió a crecer donde esta mañana no había, largo, muy largo, y los vaqueros cambiaron a pantalones de pana verde descolorida, con "pataelefante", mientras una cazadora azul, vieja, parecida a las del ejército del aire cubría con el cuello levantado los hombros de un joven de catorce o quince años que esperaba sentado, con un "celtas corto" entre los dedos, en la valla del instituto del pueblo.



A lo lejos una cabellera rubia, unos pasos apresurados y el rosetón de la cara mezcla de la carrera y del miedo a que la vieran. Tarde, muy tarde; el horario de salida se acababa pronto. En una hora más o menos de nuevo los muros, las sirenas, la nave del dormitorio, la soledad de la cama, la mente, siempre la mente apretando, presionando. (Cipri, ponme otra), y la visita inquisitorial del inspector de noche para ver quien no dormía.

Las cartas, las notas a través del externo. - "Hoy no he podido, lo siento, mañana me paso por ahí." Releer las atrasadas, estudiarlas casi a costa de otros estudios, vivirlas, sentirlas cerca hasta el siguiente fin de semana, si no había castigo, tanto de uno como de otra, a uno por los estudios, a la otra por el interno, por el forastero. Complicidad, a veces, no siempre, de madre, comprensión o cariño, nunca supe.

Me está matando esta memoria. Todo parece ahora, como si no hubieran corrido los años, como si no existiera otra cosa. No estoy en el Mono Rojo, estoy en ese apoyo de la valla del instituto, esperando, mirando el reloj. Otra vez no llego a tiempo al estudio, otra vez el salto del muro, por el barbecho. Merece la pena el jugar con el castigo, un minuto, un segundo, la mitad de un segundo con ella, si, merece la pena.

Cipri, ¿que te debo?, me voy, tengo una cita, si, esta vez a solas, pero en la valla, aunque parezca que estoy solo, estará ella. Mi mente, que engaña, que me engaña pero facilita a la vez el vehículo para viajar hacia atrás, hacia recuerdos que hoy, por una canción en la tele de la taberna, fueron activados una vez más. Mañana no estaré bien, lo se, pero hoy, hoy tengo, Cipri, una cita. Una cita de años, pero que en mi memoria es como si fuera ahora, sin cambios, sin nada más que ese celtas en los dedos y una ilusión, una cabellera rubia andando, con pasos apresurados y el rosetón de la cara...

lunes, 12 de mayo de 2008

Hola, Cipri, una jarra.


Hacía ya días que no venía por El Mono Rojo.
Ya no estaba a gusto contemplando a la gente, o de que me contemplaran también ellos a mi. Preferí dejar pasar unos días, aprovechando la belleza de los tulipanes de la madrileña primavera que revisten la ciudad compitiendo con las petunias en los pocos parques en los que aun puedes tumbarte sin que "los giris" que por este tiempo campean por la ciudad curioseando todo y a todos, te tiren una fotografía que quizás luego comenten inventándose alguna historia para distracción de sus vecinos al término de sus vacaciones.


Madrid cambia en primavera. Se diría que hasta las fachadas de los edificios se contagían de ese característico y alegre color que impregna la ciudad. Se podría afirmar que hasta huele bien, que el tufillo de los coches abandonó las calles presionado por el perfume de las flores que decoran cada rincón de este Madrid nuestro. Quizás no sea asi y la culpable de que el aire parezca más limpio sea la pertinaz lluvia que nos visita cada año por San Isidro. Yo prefiero pensar que son las flores las que vencen a las máquinas y su rastro de veneno gaseoso, quizás porque asi tengo alguna escusa más para no entrar al Mono Rojo y continuar vagando por la ciudad aprovechando los pocos momentos agradables que a la vista nos ofrece entre tanto ruido y tanto coche.

Ahora ya estoy aquí y me alegro de ver otra vez al Cipri, que seguramente ni notó mi ausencia de estos días, o quizás si aunque no lo dirá nunca, por eso de la dureza y tal, escondiendo ese sentimentalismo del que se avergüenza. Al entrar un "hola, ya te la pongo" y acto seguido, enfrente mía espumea una fría jarra de cerveza a la que de un trago dejo ya en la mitad.


Por lo demás todo sigue igual, bueno, no, todo no. La chimenea de mi rincón habitual duerme ya hasta los próximos fríos con las cenizas de la última leñada apagadas, mientras los libros que a veces me distraen cuando la clientela de la taberna se limita a mi única presencia esperan también en su sitio, cubiertos por la tradicional y casi histórica capa de polvo que deja entrever cuales fueron los últimos sacados de su silencioso estar.

Ya contaré mañana como transcurrirá el día de mi regreso a la taberna. Mientras, que el Cipri me ponga otra que ésta ya está vacía.