cuando llega la tarde. Y hay un orden
en Otoño y un lustre en su horizonte
que el estío prohíbe al ojo humano
hasta hacernos creer que es imposible.
Así pues, deja que tu fuerza
-talla naturaleza, cuando joven-
provea a mi existencia venidera
de sosiego, a mí que te venero
con cuantas formas te contienen,
a mí, hermoso Espíritu, a quien diste
el temor de sí mismo y amor al ser humano.
Cuando ya clarean las primeras nieves los años vividos reflejados en nuestras caras; cuando la serenidad debería ocuparse de nosotros apagando ese fuego intenso de juventud, apareces, abierta para mi como la rosa que muestra sus secretos al paciente jardinero, reservándose tras agudas espinas, temerosa, de otros ojos, desconfiada y silenciosa, casi en secreto, camuflada entre una maleza artificial creada por ti para esconderte.
Esos últimos rayos de luz de un sol que muere en ese día, anunciando regeneración futura al dia siguiente, apenas calienta los días transcurridos y más que calor deslumbra la mirada añeja del pasado.
¿Quien como Jorge Manrique tuviera el don de la palabra para trovar los versos que su pluma plasmó en el papel y que ahora el moribundo rayo de sol me trae a la memoria?.....Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte, contemplando, cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte, tan callando; cuán presto se va el placer, cómo, después de acordado, da dolor; cómo, a nuestro parecer, cualquiera tiempo pasado fue mejor.
Ahora, con los ojos entrecerrados por el último canto del sol, bello como el del moribundo cisne, pienso y recuerdo, casi tatareando, si juzgamos sabiamente, daremos lo no venido por pasado...